Oscuro callejón. Tan oscuro que ni siquiera sabía donde se situaban las demás partes de mi cuerpo. La garganta y los ojos me quemaban, me ardían y me consumía. A lo lejos vi una luz, aunque corría hacia ella, apenas avanzaba, me acercaba poco a poco -me ahogaba- intentaba correr más -las piernas comenzaron a temblarme-. Me arrepentía desde hacía horas, ¿Quién me había mandado ir allí?, si no lo conocía...
No sabía si conseguiría salir de allí -las imágenes de aquella tarde daban vueltas en mi cabeza- me tropecé, caí -su gran sonrisa cuando abrió la puerta de su coche- intenté levantarme, pero las piernas no me respondían -su silencio cuando le pregunté a donde íbamos y el cerrar de los pestillos del coche...- gateé como pude, con las fuerzas que me quedaban en los brazos, debía escapar de allí a toda costa, -le delataron-. Mi mano pisó un cristal, o eso supongo. Me moría de dolor, mis lágrimas brotaban desde hacía horas... y un nudo en la garganta me dolía, aunque claro, todo por mi culpa. Por confiar. En mi mano se había construido una fuente de tanta magnitud como la Cibeles de Madrid, sólo que en vez de agua, salía sangre, me toqué la frente, estaba mojada. Sangre. Me había golpeado al caer, cristales clavados por doquier. No veía nada en derredor. De la nada, surgió una luz que me quemó las retinas, y un hombre apareció con una litrona. La levantó y...
Tu incondicional amigo dice:Ten cuidado, esta puede ser una situación real y con todo lo malo que tenemos ya no quiero perder a una amiga. Y además me he quedado con ganas de saber el final
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